“10 de enero de 2004, querido diario.
Hoy he ido al instituto, como cada día. Últimamente, cuando estoy en casa, siento que cada vez que voy a algún rincón, me sigue. No sé, tengo la sensación de que me quiere tocar, que quiere ver cada movimiento que hago, cada respiración, la quiere oír. Cada palabra que digo la quiere escuchar infinitas veces y mirarme hasta gastarme.
Yo, me siento (no sé si decirlo así), pero intimidada, por sus ojos, antes llenos de amor hacia mí, pero ahora tienen otro significado cuando me miran, tienen otras intenciones. Estoy muy cansada y hoy ha sido muy extraño todo esto, mañana te seguiré contando mis cosas, gracias por guardarme los secretos cada noche. ”
– Aquí empezó todo – Respondió la madre al juez, con lágrimas en los ojos y bajando la mirada –
– Proseguimos con el testimonio que incrimina a nuestro culpable Pol Genovell, por favor continúe usted, señora María, madre de la víctima, Jana.
– Ella, casi sin aliento ni palabras siguió, a pesar de las dificultades emocionales que le provocaba … – “Estimado…
“20 de enero de 2004, estimado diario.
… He sentido su aliento y labios en la nuca, y sus manos gigantes y secas del frío en mi pierna, he podido sentir como el corazón se me aceleraba y empezaba a temblar. Sutilmente me ha ido subiendo la mano por la pierna, sin decirme nada, solo me miraba y sonreía vagamente, mientras veía el miedo en mis ojos, todo es muy extraño, tengo miedo…”
-Por favor, siga leyendo señora – pidió el juez.
-Ella No podía subir la mirada, ya que estaba bañada en un mar de lágrimas, y lo veía todo borroso. Cuando pasaron unos segundos y ella no respondía, movió el brazo izquierdo y luego se secó las lágrimas que le caían en las mejillas antes de llegar a los labios. Respiró y continuó- “Tengo miedo …
“Que mis ojos dejen de verlo tal como lo he visto siempre. Que su nombre me provoque miedo, y que los recuerdos que tengo, los felices, se borren de mi mente, no quiero recordar el hoy ni el ayer, quiero borrar de mi memoria y volver a empezar, seguro que no será nada. Mañana te contaré más sobre mis secretos, gracias una vez más.”
– Casi paralizada, sin fuerzas para continuar leyendo pasó la página del diario y continuó, ahora con la voz quebrada – “Querido …
“28 de enero de 2004, querido diario.
… Dice que ya podemos jugar a juegos de adultos, que ya no soy una niña. Yo me resisto, pero me amenaza y me dice que si no hago lo que él quiere me hará daño, y que si lo cuento a alguien, no me dejará tranquila ni cuando duerma. Lleva muchos días entrando en mi habitación. Siento unos pasos, que cada vez se acercan más y se van ralentizando, se acercan a mí, ya siento el corazón, cada latido es más rápido, cierro los ojos y cuando siento que ajusta la puerta sin hacer ruido, me resbala una lágrima por la mejilla, siento impotencia, cada cosa que me hace, me provoca asco, ganas de llorar, pero no puedo, hemos hecho una promesa, si yo no digo nada, él no me hará daño. Pero a mí, ya me hace cada vez que me toca la piel, me sonríe, me besa, y no lo puedo contar a nadie. Tú eres el único que lo sabe, contigo se que puedo confiar, gracias por guardarme el secreto.”
– A la madre, ya le temblaba el pulso y no pudo seguir con las pruebas de la declaración, pero el juez dio paso al abogado del culpable para que hiciera preguntas a la declarada.
– Viendo la declaración, señora María, me gustaría saber cómo ha podido acceder a esta información – Dijo el abogado.
Ella, respondió, mirándolo fijamente – Llegué a casa un día después de trabajar, y encontré su diario al comedor, yo la iba a llevar a su habitación, pero me resbaló de las manos y cayó en el suelo, se abrió, y yo, movida por la curiosidad de saber más de ella, me puse a leer … y bien, encontré estos fragmentos y muchos otros, que no tengo fuerzas para leer, no supe reaccionar de la mejor manera.
– El abogado, respondió – ¿Cómo sabe que su hija no miente? ¿Cómo sabe que todo esto ha pasado? …
Ella con los ojos llorosos, y una lágrima a punto de derramarse, contestó con un débil hilo de voz – Unos días antes de ver el diario, ya notaba a jana extraña. Llevaba ya tiempo sin ser la de siempre pero, como no decía nada, no me preocupé. Llegó un día en casa, y bien, le pregunté que porqué no quería cenar, qué le pasaba … y ella me respondió que no se sentía a gusto en casa, yo le pregunté, nerviosa, y ella me respondió que … que … mi marido, estaba haciendo cosas extrañas con ella, y que había intentado guardar el secreto, como él le había dicho, pero no había podido. No quería que yo le dijera nada, que si no le haría daño. Yo, cegada por el miedo, reaccioné de la peor manera, le dije que no podía ser verdad, que todo eran historias suyas. Estuve muchos días distante de mi marido, y con miedo de no saber qué pensar ni qué hacer, pero cuando vi el diario, vi todo claro. Jana no tiene ninguna necesidad de mentir, y menos a mí, a su madre. Yo era su punto de apoyo, su diario secreto, y no supe ponerme a la altura de la situación, la dejé desprotegida.
– El abogado, miró a la declarante y luego al juez, no pudo hacer más preguntas.
El juez, al ver que el abogado defensor del acusado no tenía más preguntas, dio paso al abogado defensor de la víctima para que interrogara la declarada.
– Señora María, me gustaría saber cómo reaccionó su hija después de que usted no se creía lo que ella le había dicho.
– Jana, ya me lo dijo insegura, con los ojos tristes y sin muchas ganas de hablar, cuando vio mi reacción ante sus palabras, bajó la cabeza y pude ver cómo le temblaba la barbilla y le caían las lágrimas en la mano que tenía encima muslo. No alzó la mirada en ningún momento, estaba paralizada y no le noté ni un triste movimiento. Estaba hundida, yo era la única que podía rescatarla, y no lo hice.
El abogado, asimiló la respuesta e hizo una aclaración y otra pregunta relacionada con su hija – La Jana, ahora tiene 17 años, esto le empezó a pasar los 14, aunque ahora, va al psicólogo y tiene un seguimiento constante. Usted como la ve?
La madre, abatida y con ganas de acabar con todas las preguntas, le contestó:
– Es muy fuerte ¿sabe? pero nunca podrá volver a ser la de siempre, nunca podrá volver a vivir los años que ha perdido, que ha perdido triste, hundida y guardando un silencio que debería ser un grito. Su silencio fue un grito en el vacío. Solo nosotros, los que estamos con ella, sabemos lo que cuesta volver a empezar y solo ella, sabe lo que cuesta levantarse y hablar, hablar, sin miedo, ahora con fuerza.
Y yo ahora ¿qué debo hacer? – Preguntó a Jana, que estaba sola en una sala, mientras que al lado se estaba juzgando los hechos hacía dos años, en los que ella fue la víctima, en silencio. Estaba realmente nerviosa y con ganas de hablar, de gritar, de explicar a todos el daño que le habían hecho, el dolor que llegó a sentir y el desequilibrio que le provocó, pero no le dejaban, no dejaban que ella hablara. Ver su padre, el abusador, con sus propios ojos, le haría mucho daño, reviviría cosas del pasado que le hicieron daño, mucho daño. Se puede curar, pero siempre queda la cicatriz. Ella, de no haber escrito en un pedazo de periódico todas aquellas palabras, quizás ahora, su secreto hubiera sido su final. El silencio del acosado, siempre, es la fuerza del abusador.
Ahora, después de todo este tiempo, el último que le hace falta es esperar, y luchar, más de lo que ha hecho hasta ahora, ser fuerte y seguir viviendo, vivir intensamente. Esto lo tiene claro, gracias haber roto su silencio ha podido liberarse, pero siempre le pesará aquel enero de 2004.